Culiacán.- La Compañía Ballet Clásico de Mazatlán, que dirige la maestra Zoila Fernández, sorprendió gratamente a los culichis que acudieron la noche del viernes al Teatro Pablo de Villavicencio para admirar el bien cuidado programa Miradas fugaces, con seis coreografías en las que hicieron alarde de oficio, entrega y talento, con una técnica que no se estanca en lo clásico sino que hurga en lo moderno.

La compañía, adscrita al Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán, e integrada por chicos y chicas de 18 a 25 años de edad, se presentó en el marco del 36 Festival Internacional de Danza José Limón, en el cual no faltó el minuto de silencio y la exigencia de justicia por la muerte del bailarín Maximiliano Corrales García (Cosalá, 1995-2023) asesinado la semana pasada en esta capital.

El programa abrió con la pieza Majísimo, de Zoila Fernández, sobre la original de Jorge García, en la que se rindió un homenaje a España mediante una coreografía con música de la suite El Cid, de Jules Massenet, en la que los bailarines mostraron su talento y su elegancia en sorprendentes giros del ballet clásico.

Luego, La Casa de los Carteros, de Aura Patón Mora, coreógrafa del grupo, interpretada por Martha Alcaraz Cuevas y Aramara Monserrat Ayala, con música del Balanescu Quartet (Life and Death).  Una casa delimitada por flores, dos sillas, dos mujeres en un encierro, y una habitación que se va estrechando cada vez más, como sus vidas.

Luego, Arlequinada, montaje sobre una coreografía original del clásico Marius Petipa a cargo de la maestra Zoila Fernández, con música de Riccardo Drigo, interpretada por Sandra Fernández Hernández y Óscar Treto Hevia. Un conjunto de dúos y solos con dos arlequines en juegos de graciosa elegancia que provocaron algunas sonrisas.

También, Las intermitencias del corazón, de Zoila Fernández sobre la coreografía original de Rolang Petit con música de la Sinfonía No. 3, de Camilo Saint-Saënz, interpretada por Martha Alcaraz y Gean Lee Panchi Balseca. Es una historia de amor emotiva y muy bien lograda en su sencillez, un amor apasionado que termina en tragedia, como hay muchas.

Ya desde su nombre, La casa de Bernarda Alba evoca a la obra teatral de Federico García Lorca, con la madre y sus cinco hijas enlutadas por años, cerradas a todo rayo de alegría, con el conflicto por el novio de la discordia y la tragedia, todo delineado con precisión, con un lenguaje accesible y con elegancia en el decir.
Una coreografía de Zoila Fernández con música flamenca de Manolo Carrasco que provocó un gran aplauso.

Y tras el intermedio, Relatos de poder, de Agustín Martínez, coreógrafo de la compañía, con música del Réquiem de Mozart, y el El triunfo de Afrodita y otras piezas de la cantata Catulli carmina, de Carl Orff. Apoyada con algunas proyecciones de bosques, un conjunto de seres -toda la compañía- celebra en el bosque en torno a una hermosa mujer que provoca pasiones.
La obra tiene algún aire de Carmina Burana, lo cual es inevitable dado el estilo musical de Orff, y contiene hermosas composiciones visuales. Fue muy celebrada.

Al final, al recibir los aplausos del público, una imagen se proyectó en la pantalla y todos los bailarines alzaron el brazo hacia la persona de la foto, con reverencia: Era la foto de Max Corrales con el torso desnudo, en alguna coreografía, y fue un homenaje del grupo y una muda exigencia de justicia por su reprobable crimen.

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